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El águila que nunca fué …


Había una vez un indio que se fue a la cima de la montaña en busca de una nueva aventura y se encontró el huevo de un águila dorada. Feliz se fue para su campamento agarrando el huevo con sus dos manos, para que no se le cayera. En cuanto llegó, lo puso debajo de una de las gallinas de la tribu para que la cuidara.

Esta lo calentó, le dio forma y al cabo de cuatro semanas el cascaron se abrió dando la bienvenida a un aguilucho débil, con pocas alas, pescuezo y ojos grandes.

El aguilucho aprendió a comer maíz, a cacarear, a caminar mirando hacia el suelo y a saltar de rama en rama, tal como una gallina, aún cuando siempre hubiese soñado volar muy alto.

Un día, cuando ya el aguilucho era viejo y se había acostumbrado a observar todas las tardes la águila dorada que sobrevolaba los aires, le dijo a la gallina:

«Mamá, cómo me hubiera gustado volar con esa fuerza y de esa manera tan maravillosa»,

y ésta simplemente le respondió: «ya deja de soñar. Tú eres una gallina y no podrás volar nunca».

Mientras tanto, el aguilucho con los ojos bañados en lágrimas continuó mirando al ciela, mientras se tocaba sus largas alas, y al cabo de un tiempo murió creyendo que era una gallina, siendo en realidad un águila dorada.